Meteorólogos y analistas de la aviación ven repercusiones del cambio climático en las condiciones de vuelo. Si van a ir en aumento hay que abrocharse el cinturón de manera permanente.
Editorial de El Colombiano publicada el 30 de mayo de 2024.
En menos de una semana dos accidentes aéreos graves han sacado a relucir el papel que el cambio climático podría estar jugando en la aparición cada vez más frecuente de un fenómeno al que todos los pilotos le temen: las llamadas turbulencias de aire claro. Aunque los aviones siguen siendo el medio de transporte más seguro, el asunto plantea retos a los que hay que buscarles solución.
Los hechos son conocidos por todos. El martes 21, un avión de Singapore Airlines cayó 1.800 metros en cuatro minutos, y aterrizó de emergencia en Tailandia con 71 pasajeros y tripulantes de cabina heridos y un fallecido en vuelo. Y el domingo 26, doce personas resultaron heridas cuando un avión de Qatar Airways que volaba de Doha con destino a Dublín atravesó una zona de turbulencias no detectadas por el radar, según informaron las autoridades aeroportuarias. Ocho de los heridos fueron hospitalizados.
Cada día, por los aires se entrecruzan 100.000 vuelos aproximadamente con 6 millones de pasajeros, y casi nunca sucede nada. Los vuelos comerciales han demostrado en las últimas décadas que son cada vez más seguros. Según datos del Banco Mundial y de la Red de Seguridad en la Aviación, en los años 70 uno de cada 165.000 vuelos sufría un accidente mortal. 50 años después la cifra ha caído drásticamente y ahora uno de cada 2 millones de vuelos puede llegar a tener un accidente fatal. De manera que no debe cundir el pánico entre los aprensivos a volar.
Ahora bien, aunque las muertes relacionadas con las turbulencias son poco frecuentes, las lesiones se han ido acumulando a lo largo de los años porque los encuentros con turbulencias de aire claro han aumentado. Estas no se encuentran asociadas a ninguna tormenta y no aparecen en el radar, de manera que por más preparado que esté un piloto para evitarlas, el asunto queda dependiendo más del azar que de otra cosa. Porque una cosa peculiar sobre las turbulencias es que, pese a que se conocen las ecuaciones de la mecánica de fluidos desde hace 180 años, su resolución para casos prácticos es por ahora imposible.
Simplificando los tecnicismos del asunto, la turbulencia es el problema irresoluto de la física que tiene más implicaciones en nuestro día a día. Las masas de aire que se desplazan a velocidades distintas provocan las turbulencias. En la altura, esas masas son afectadas por corrientes en chorro, un fenómeno atmosférico que circula alrededor del planeta. El cambio climático provocaría un calentamiento global que influiría directamente en estos chorros, lo que finalmente puede derivar en un aumento de las turbulencias.
Hay que tener en cuenta que todos los flujos alrededor de un avión (y muchos en su interior) son turbulentos. Pero curiosamente, este hecho, que puede ser beneficioso en el motor, ya que mejora la combustión, se vuelve negativo en las alas, porque genera mucha resistencia al avance, lo que aumenta el consumo de combustible y ocasiona serias dificultades para optimizar la aerodinámica.
El asunto es que en los dos últimos accidentes aéreos, los aviones iban tranquilamente por una especie de autopistas de aire cuando de repente se encuentran con torbellinos que los meten en carreteras destapadas que, excepcionalmente, los obligan a tener que maniobrar y perder altura. Lo que sucede ahora es que debido a la emergencia climática, hay mucha más energía en la atmósfera, así que que cada vez más los aviones se van a tener que enfrentar a carreteras sin pavimentar. Y algunos meteorólogos y analistas de la aviación apuntan ya a las posibles repercusiones que el cambio climático puede tener en las condiciones de vuelo.
Un estudio que se presentó en el 2023 demuestra que la posibilidad de tener turbulencias de aire se ha incrementado en un 50 % en los últimos años, y se prevé que se dupliquen o tripliquen en los próximos. Esto se va a notar especialmente en el Atlántico norte, la ruta más usada para volar de Estados Unidos a Europa, debido a las grandes perturbaciones que se perciben en la corriente del golfo. Esas perturbaciones serán también el factor decisivo para que el clima europeo en particular llegue a extremos aún mayores que los que ha padecido los últimos veranos.
De manera que mientras se solventan problemas estructurales como los del cambio climático hay que ser prácticos. Si esto va a ir en aumento, hay que confiar en la pericia de los pilotos por supuesto, pero en algo tan simple como individual: abrocharse el cinturón de manera permanente. Con aviso o sin él, no puede haber mejor consejo para todo aquel que se decida a viajar en avión. Ni hay que dejar de volar ni los aviones se van a caer del cielo. Eso sí, las molestias van a aumentar, así que debemos adaptarnos.
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