Opinión
Para la cultura de masas, el deporte es un deber social al que hoy hay que entregarse en cuerpo y alma. ¿Cómo influye esa exigencia en la salud mental de mujeres y hombres?
Por: Loola Pérez
¿Conoce usted una actividad que, en la actualidad, goce de mayor alabanza que el ejercicio físico y el cuidado de la salud? Empresas y organizaciones favorecen la práctica deportiva de sus trabajadores. Las cadenas privadas de televisión impulsan campañas donde asocian, y no sin falta de razón, deporte y bienestar. En el currículo de la educación superior el Grado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte goza de gran popularidad. Incluso existe una amplia oferta de rutinas para realizar fuera y dentro de casa. Lo online abrió nuevas posibilidades para iniciar la práctica deportiva o para hacer más accesibles los entrenamientos. Pero, ¿puede ser el deporte a su vez un riesgo para la propia salud del individuo?
Un estilo de vida activo proporciona al cuerpo un potente sostén vital. Multitud de estudios señalan que el ejercicio físico, más allá de disminuir la diabetes, la hipertensión, los problemas óseos y los accidentes cerebrovasculares, mejora la función cognitiva y contribuye además a prevenir y mejorar los problemas de ansiedad, estrés y depresión.
En nuestra cultura, el deporte también se asocia con el ocio, la sociabilización y la educación moral. Esa asignatura curricular que muchos siguen llamando «Gimnasia» difícilmente puede desligarse, como apuntaba Gilles Lipovetsky en El Crepúsculo del deber, de un deber-ser.
En los valores morales del deporte subyace el
domino de las voluntades, el afán de
superación, el sentido del esfuerzo, el orgullo
del cuerpo, la lealtad y la solidaridad.
Aunque muchos de estos valores persistan en la actualidad, es importante remarcar que las representaciones sociales vinculadas al deporte han evolucionado con el paso del tiempo.
El espectáculo deportivo ha perdido su influencia como pedagogía social y como mera distracción popular. El deporte hoy cautiva a través de las estrategias de comunicación de las marcas, el logro extremo e inaudito y el show narcisista que se exhibe cotidianamente en Instagram. La transformación de las representaciones sociales vinculadas con el deporte no excluye, obviamente, la aparición de una nueva ética. La perfección estética de los cuerpos y los comportamientos emerge, salvo con alguna excepción, en la práctica deportiva. Para la cultura de masas, el deporte es un deber social al que hoy hay que entregarse en cuerpo y alma.
Un ejemplo reciente de esta nueva tendencia lo encontramos en las críticas que ha sufrido la extenista Garbiñe Muguruza, cuyo físico ha cambiado tras su retirada. Una buena parte de los usuarios de las redes sociales ha puesto el foco en su aumento de peso y no en si mantiene unos buenos hábitos. Seamos honestos: es absolutamente normal subir de peso cuando se deja de seguir un plan de entrenamiento extremadamente duro. Ahora bien, como ella misma admitía, que ya no tenga un físico de atleta olímpica no significa que no sea importante «mantenerse sana y en forma y disfrutar de la vida». La pregunta es, ¿la exigencia extrema en la práctica deportiva le impedía antes ser feliz y disfrutar de las cosas? Cuando esto pasa, ¿podemos seguir hablando de que una persona está sana? ¿Cómo influye esa exigencia en la salud mental de mujeres y hombres?
Ya no basta con entrenar, hay que mostrarlo.
Algunos deportistas, ya sean aficionados o profesionales, justifican esto en el deseo de inspirar a otros y que «se enganchen» al deporte. Otras personas simplemente lo exponen como parte de su estilo de vida o porque forma parte de su trabajo, como en el caso de entrenadores, fisios o monitores deportivos. También hay quien, sin mucha reflexión, se dedica solo a imitar a sus influencers favoritos: ¿acaso las modas no están para seguirlas? No apelo aquí exclusivamente a gente joven sino a muchos adultos que veneran a influencers de corte muy dispar, desde esa súper mami y runner que es Verdeliss, pasando por las modelos Malena Costa y Vanessa Lorenzo, o llegado, en última instancia, a zumbados como el polémico Llados. Un barrido a sus publicaciones puede ser suficiente para llegar a la siguiente conclusión: en la exposición lo que premia no es tanto la búsqueda y el mantenimiento de la salud como obtener cierto rédito o capital social.
Obviamente, la reproducción de las conductas de otros no está exenta de riesgos. Por ejemplo, las tendencias que secundan los model fitness pueden causar lesiones sin un plan de entrenamiento personalizado. Asimismo, sus consejos y programas de entrenamiento pueden no ser efectivos para todas las personas. La voluntad es el centro de sus mensajes y quien no lo consigue, parece que no se esfuerza demasiado, que no tiene la suficiente iniciativa o motivación, que es un ser débil e inferior. El legado discursivo del capitalismo más salvaje encuentra aquí a sus víctimas perfectas.
El relato resulta cruel, dañino y tramposo pues, a menudo, ignora otros factores que pueden influir en la práctica deportiva y sus resultados: problemas metabólicos u hormonales, enfermedades, cargas familiares que impiden disponer de tiempo libre o de un buen descanso para poder «darlo todo» en el gimnasio, problemas económicos que pueden ser una barrera para contratar un entrenamiento personalizado o acceder a alimentos más saludables.
¿Acaso no resulta curioso (o sospechoso) que mientras se cuestiona la exigencia de productividad laboral se imponga el deber incondicional de «machacar el cuerpo»? ¿Cuanto más derecho y posibilidades hay para disponer de uno mismo en la esfera privada, más disponibilidad, compromiso y esfuerzo exige la actividad deportiva? ¿Y si el deporte ya no consistiera en estar sano y en forma sino en suscribir una nueva alienación? ¿Cuántos beneficios económicos generan las actividades que se alimentan de las frustraciones e inseguridades corporales de las personas? ¿Y de sus fracasos? Detrás de una cronología de imágenes que evidencian el cambio físico de una persona, ¿cuántas hay que nos muestran que hubo muchas otras que no lo lograron?
Algunos hábitos, que aparentemente son
inofensivos, pueden convertirse en adicciones
comportamentales y compartir características
con las adicciones a sustancias.
Cuando el ejercicio físico se convierte en la motivación principal de la vida de las personas, interfiriendo en otras áreas de desarrollo y descuidando el bienestar integral, difícilmente podemos seguir hablando de que la práctica deportiva esté siendo funcional y por ende, positiva.
Actualmente, la adicción o la dependencia al ejercicio físico no aparece específicamente en los principales manuales diagnósticos como el DSM-V-TR o la CIE-10. Sin embargo, en la literatura científica, existe una variedad de alusiones sobre el uso patológico del ejercicio físico. Los términos más habituales son «abusivo», «obsesivo», «obligatorio», «excesivo», «adictivo» y «compulsivo», y a menudo se acompañan de estudios de casos. También se han elaborado algunos instrumentos para identificar y medir el uso patológico del deporte, como es el caso del Inventario de Adicción al Ejercicio (EAI) o la Escala SAS-15 (Sport Addiction Scale-15).
Para hablar de conductas de abuso y dependencia en el deporte es importante valorar la intensidad, la cantidad de tiempo invertido o el grado de interferencia en las relaciones sociales, familiares y laborales del individuo. Quienes muestran un comportamiento de obsesión y dependencia al deporte experimentan un fuerte deseo de practicar ejercicio, siendo su conducta excesiva para mantener la forma física, realizar un entrenamiento ajustado a sus necesidades o a los requisitos de una competición determinada.
De modo que, lo que diferencia la conducta funcional asociada al deporte de la patológica es que en esta última la persona ha perdido el control, experimenta fuertes síntomas fisiológicos y psicológicos de abstinencia cuando se ve privada de ello y, pese a sufrir consecuencias negativas, sigue manteniendo dicha conducta. En el contexto actual, donde predomina –y como decíamos anteriormente, no sin falta de razón– el vínculo entre salud y deporte se pueden normalizar, disimilar y minimizar muchos casos donde el ejercicio físico resulta problemático y patológico. El culto del deber sobre el cuerpo, que dice privilegiar la salud, combatir la pereza y reforzar el dominio de uno mismo, quizá no busque ya crear cuerpos y almas más fuertes sino vidas más dependientes, inseguras y narcisistas.
Publicado por Ethic el 29 de mayo de 2024.
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