Por: José Hilario López
El caso de la ganadería y sus implicaciones no sólo en el calentamiento global por causa de las emisiones de metano, sino en la demanda masiva de agua y terreno que requiere su crianza y nutrición, debe ser objeto de gran preocupación para nuestro país, que le dedica cerca de 41,7 millones de hectáreas, cuando su vocación es de sólo 10,2 millones de hectáreas.
No sólo es necesario que nuestras autoridades detengan la apropiación ilegal de áreas protegidas de bosque para extender el hato ganadero, sino que también deben establecer mecanismos de control sobre la procedencia y la cadena que suministra los productos cárnicos a los mercados nacional e internacional. A lo anterior es fundamental un cambio de los hábitos de consumo de carne de res, que, en la práctica, están financiando la catástrofe ecológica, causada por la ganadería.
El sistema digestivo de los rumiantes descompone el alimento ingerido en un producto asimilable, y para lograrlo utiliza una bacteria que libera metano. El metano es de 25 a 35 veces más activo en el calentamiento global que el CO2. Múltiples estudios identifican al ganado vacuno, y en general a los demás rumiantes (corderos y búfalos domesticados) como los grandes emisores de gases de efecto invernadero (GEI). Los valores típicos de emisiones de GEI del ganado vacuno se sitúan entre 79 y 101 kilogramos (kg) de CO2 equivalentes por kg de carne consumible, muy por encima de los entre 7 y 21 kg de CO2 por kg de carne de pollo consumible, y los 1 a 2 kg de CO2 por kg de proteína vegetal consumible, proveniente de leguminosas, como lentejas y fríjoles.
Las emisiones de GEI generadas por el hato vacuno son solamente la punta del iceberg de su impacto global sobre los ecosistemas, que incluye aspectos tales como:
Uso extensivo de la tierra y masivo del agua
El ganado vacuno requiere aproximadamente 7 veces más extensión de terreno para sostener el hato, que el equivalente en proteína consumible de carne de pollo o cerdo y casi 20 veces más que la proveniente de las leguminosas. Este impacto se explica claramente, cuando se considera que el ganado bovino requiere no solamente del uso de potreros para su crecimiento y de grandes extensiones de terreno para cultivar el alimento complementario para su manutención. Un informe de Global Food Security del año 2017[1], estima que un tercio de la producción mundial de cereales se destina a la alimentación del hato ganadero, y además aporta los siguientes datos, que sustentan la magnitud del impacto: Para producir un kilogramo de carne bovina consumible, es necesario disponer de entre 6 y 20 kg de cereales y 15.415 litros de agua (comparado con 6.000 litros por kg de carne de cerdo y 4.300 litros por kg de carne de pollo).
Para agravar más aun la situación, la cadena cárnica de suministro en Colombia está seriamente afectada por la clandestinidad en la cría y sacrificio del ganado, lo que, además de la afectación de los ecosistemas y los altos niveles de erosión de laderas, dificulta la cuantificación de la producción y consumo de los alimentos así originados, así como el control sanitario de los animales sacrificados.
La demanda de recursos que genera el consumo de carne de res
Se calcula que el hato ganadero mundial totaliza 1.5 billones de cabezas de ganado, y que cubre unos 2 billones de hectáreas (has), de las cuales 700 millones de has podrían ser cultivadas para la alimentación humana.
La producción cárnica bovina mundial se ha duplicado desde 1960 hasta alcanzar 76,2 millones de toneladas en el 2022, estimulada principalmente por el creciente consumo en Asia. En Colombia, el consumo promedio para el 2023 fue de 17,7 kg de carne bovina por persona, que, aunque resulta inferior al consumo mundial, está creciendo (0.6 kg entre 2022 y 2023) a medida que se incrementa el ingreso per cápita del país.
La ciencia ha sido artífice de las inmensas posibilidades para seguir avanzando en la búsqueda del bienestar humano, pero cada uno de nosotros debe empezar a cambiar sus hábitos de consumo y estilos de vida, si queremos detener el deterioro de los ecosistemas planetarios. Nuestro aporte personal y colectivo es tan o más significativo que el generado por las políticas públicas. Cada uno de nosotros debe considerar, además de la reducción de los GEI generados por los combustibles fósiles, el cambio de los hábitos de consumo, en especial la merma en el consumo de carne de origen vacuno, el primero de los grandes aportes que como individuos podemos controlar y contribuir en la reducción de las emisiones de GEI.
Un estudio, publicado el 2022 por American Journal of Clinical Nutrition[2], confirma que la reducción en el consumo de carne de res en una sola de las comidas componentes del menú diario significa la disminución en casi un 50% de las emisiones generadas por persona en el día, sin la necesidad de llegar a extremos como el veganismo o el vegetarianismo, ni de entrar en conflictos con el gremio ganadero.
La reducción del consumo de carne bovina debe ser una decisión personal, consciente e informada, pero el efecto de cada acción es evidente y motivacional para generar el cambio individual, que requiere la conservación de los ecosistemas planetarios. Sí aceptamos que el impacto global sobre los ecosistemas no sólo está asociado a la generación de GEI por los combustibles fósiles (carbón y petróleo), y que nuestros hábitos de consumo son parte integral del problema, encontraremos desde la iniciativa personal una motivación para participar activamente en la solución. Es fundamental entender qué tan significativo es nuestro compromiso personal con la reducción en el consumo de carne de res (y de otros rumiantes), como uno de los mayores contribuyentes al deterioro de los ecosistemas. Es a partir de nuestras acciones el dar ejemplo e influenciar el cambio positivo en aquellos a nuestro alrededor.
Nota: Este artículo, debidamente editado, hace parte del contenido de mi próximo libro, titulado Cambio climático e impacto global. Un marco viable de transición energética para Colombia, que se encuentra en proceso de publicación por el Centro Editorial de la Universidad EIA.
[1] Anne Mottet et al. Livestock: On our plates or eating at our table? A new analysis of the feed/food debate, Global Food Security, Volume 14, 2017, consumption-by-country-and-type/
[2] Rose D, Willits-Smith AM, Heller MC. Single-item substitutions can substantially reduce the carbon and water scarcity footprints of US diets. Am J Clin Nutr. 2022 Feb 9;115(2):378-387. doi: 10.1093/ajcn/nqab338. PMID: 35024805; PMCID: PMC8827079.