Investigación
Dos expertos enfatizan el valor de esta rama, no solo para medir los cambios y procesos naturales, sino también para la toma de decisiones informadas y responsables que permitan prevenir o atender cualquier desastre.
Por: Natalia Pardo Villaveces y Carlos Daniel Cadena
¿Por qué el clima colombiano fluctúa y qué enseñanzas podemos extraer de los cambios climáticos que han ocurrido en el pasado para adaptarnos y mitigar sus impactos? ¿En qué medida en Colombia somos vulnerables a fuerzas naturales como terremotos, volcanes, deslizamientos, avalanchas, huracanes, sequías y otros eventos extremos que se han repetido a lo largo de la historia? ¿Qué obstáculos nos impiden desarrollar la capacidad de convivir con entornos naturalmente cambiantes y tomar decisiones coherentes e informadas? ¿Cómo cuantificamos nuestras reservas minerales y energéticas teniendo en cuenta todas las alternativas, para diseñar, desde el conocimiento, nuestra estrategia de transición energética? ¿Cómo es posible que, siendo un país tan rico en culturas, biodiversidad y recursos naturales aún no contemos con estrategias sostenibles para nuestro bienestar social, ambiental y económico?
Muchas respuestas a preguntas como las anteriores estarían en el estudio y apropiación social de las ciencias de la Tierra, pero el grueso de la sociedad colombiana desconoce el valor de la formación profesional y la investigación en este campo. Una encuesta divulgada en EL TIEMPO y otros medios señaló que una fracción considerable de algunos profesionales formados en geología o geociencias que la respondieron enfrenta dificultades para ubicarse exitosamente en el mercado laboral. El desconocimiento de estas profesiones es tal que incluso el Presidente de la República salió en falso hace unos días refiriéndose a algunas de las actividades que hacen parte del quehacer de los científicos de la Tierra señalando que “no son producto del trabajo humano” y que, para ellas, “prácticamente no se necesita ni el cerebro”.
Todo lo contrario. La perspectiva de las geociencias es central para el discurso y la definición de los contextos de referencia para medir cambios y procesos naturales, y para informar la toma de decisiones responsables sobre el futuro. Las personas formadas en geociencias integran herramientas de la física, la biología, la química, las matemáticas y la geología para estudiar el planeta. Buscan desentrañar los misterios del pasado profundo, e identifican y usan las lecciones que nos brinda ese pasado para comprender cómo nuestro planeta y las distintas especies podrían reaccionar ante los desafíos del presente y futuro. Reconocer el papel del conocimiento geocientífico en el bienestar social, ambiental y económico nacional y global nos permitirá evitar repetir errores del pasado que han resultado en desastres ambientales, sociales y económicos marcados y persistentes en nuestra “tierra del olvido”.
¿En qué trabajan las personas formadas en ciencias de la Tierra y por qué son imprescindibles? Conviene explorar una ilustración elaborada por la Sociedad Geológica de Londres que despliega la amplia diversidad de ocupaciones a las que se dedican las geociencias y cómo aportan en avances centrales para la humanidad como el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Desde su conformación, las sociedades humanas se han preguntado sobre los materiales y energía que se requieren para lograr mejoras e innovación en tecnología, arquitectura, arte, infraestructura, acceso al agua potable, alimento y salud. Por tanto, los mismos desafíos socioambientales que emergen con el tiempo van configurando la relevancia y pertinencia actualizada de una profesión poco entendida en nuestro país, con unas bases prácticamente ausentes en nuestros currículos escolares.
Explorar y conocer los recursos naturales es esencial para gestionarlos responsablemente. Tecnologías como la eólica, solar, la electrificación e, incluso, el uso masivo de inteligencia artificial y la implementación de decisiones centradas en big data, implican un consumo de agua y minería de gran escala, estrategias de manejo de desechos, retos ecológicos y cambios en los patrones de consumo que debemos abordar con seriedad. Esto es imperativo en un mundo ávido de minerales críticos y estratégicos para la transición energética en el contexto de una historia nacional extractivista impulsada por decisiones políticas, económicas y sectoriales, más que por un quehacer científico.
Las ciencias de la Tierra no se limitan al ámbito profesional minero-energético del que depende, incluso, nuestro uso diario de dispositivos electrónicos y la red de comunicaciones globales. Desde evaluar amenazas como sismos, erupciones volcánicas, deslizamientos y eventos climáticos extremos, hasta cuantificar parámetros que describen el cambio ambiental global son materia de estudio de las geociencias. Por ejemplo, analizar y medir cambios en la superficie terrestre mediante el uso de tecnologías de sensoramiento remoto nos permite dimensionar procesos tales como tasas de erosión y comprender los límites planetarios.
Los humanos dependemos de la salud del planeta. Los geocientíficos miden la concentración de metales tóxicos y elementos radioactivos para analizar su circulación y tiempos de residencia en suelos, en la hidrósfera, atmósfera y biósfera a escalas largas y profundas con implicaciones intergeneracionales. Es importante consolidar conocimiento sobre el suelo desde la perspectiva geocientífica y no solamente agrológica, teniendo en cuenta que se trata de un recurso vital para la producción de alimentos y antibióticos, para la descarbonización y la sostenibilidad de los ecosistemas terrestres. El relieve, las rocas y los minerales en que se desarrolla un suelo con el tiempo, así como el clima y los organismos que lo habitan son determinantes en la configuración de las propiedades y funciones de las que emergen distintos servicios ecosistémicos o contribuciones naturales del suelo.
Las geociencias ofrecen miradas que tienen en cuenta ciclos de larga duración que trascienden las escalas humanas y que no ocurren solamente en la superficie terrestre sino también en el interior más profundo del planeta. Bajo presupuestos éticos, esta mirada nos permite interactuar con otras formas de conocer y con otros profesionales para codiseñar procesos y servicios que optimizan emprendimientos en economía circular, soluciones basadas en naturaleza y la gobernanza del riesgo y de recursos.
En el último informe de riesgo global, Colombia sigue apareciendo con los índices más altos a sufrir desastres. Somos un país de alta actividad sísmica, incluyendo algo tan único como el nido de Bucaramanga, con más de 22 volcanes activos y abundantes terrenos inestables por una geología en interacción permanente con una dinámica climática compleja. Por ello necesitamos planes organizados e informados de gestión del riesgo.
Sin estos, estaremos condenados a repetir catástrofes como la de Armero en 1985, de Páez en 1994 o Mocoa en 2017. A la fecha, el volcán cerro Machín (Tolima) se encuentra bajo alerta amarilla, con influencia desde Armenia a Girardot, potencialmente comprometiendo una de las inversiones en infraestructura nacionales más voluminosas, como lo son el túnel y los viaductos de La Línea.
Para esta región no se cuenta aún con un plan de gestión de riesgo claro que se fundamente sobre el conocimiento técnico en diálogo y codiseño con la percepción comunitaria y los distintos actores involucrados.
En Colombia necesitamos gestionar y proteger el patrimonio geológico y paleontológico para investigar su pasado, para promover responsablemente el turismo y para cuidar el legado natural y educativo en beneficio de las futuras generaciones. Conocer a fondo la interconexión entre el entorno geológico y la riqueza biológica del país debería ser uno de los pilares de atención en investigación, diseño de políticas públicas y de proyectos de innovación, tanto en empresas como en ONG. La geodiversidad de Colombia proporciona una amplia gama de hábitats y condiciones ambientales que sustentan la vida en todas sus formas, propiciando no solamente el desarrollo de un mosaico de ecosistemas únicos, sino que también influenciando procesos evolutivos y patrones de distribución de especies, contribuyendo así a la megadiversidad biológica del país que, además de tener un innegable valor intrínseco, sustenta el bienestar de las personas.
Lejos de ser una disciplina exclusivamente al servicio de la extracción de petróleo, gas y minerales, las geociencias representan un recurso invaluable en la sociedad para comprender y abordar los múltiples desafíos que enfrenta Colombia en su camino hacia la sostenibilidad y el bienestar colectivo. Es imperativo promover una mayor integración de estas disciplinas en la educación y en la toma de decisiones informadas responsables, por supuesto en diálogo con la participación comunitaria local y las otras múltiples formas de conocer el entorno y las codependencias entre especies.
Si queremos realmente optimizar estrategias de adaptación y resiliencia ante perturbaciones, es indispensable evaluar los cambios observados en nuestros entornos naturales actuales a la luz de su pasado geológico; situarnos como una más de las numerosas especies que habitamos el planeta. Al hacerlo, podemos construir un futuro más resiliente, equitativo y próspero para las generaciones presentes y futuras.
Portada tomada de: Juan José Escobar.
Publicado por El Tiempo el 15 de junio de 2024.