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Sé que faltan 28 meses de esta presidencia, pero menos mal que no aposté.

Por: Ricardo Silva Romero

El lío es mundial. El lío es la especie: “Ojalá el planeta esté bien habitado algún día”, decía mi papá cuando veíamos el noticiero. Uno cree que sólo la desvelada e insensata Colombia, tan habituada a su propia clase de violencia, es un fracaso de la convivencia, pero lo cierto es que este año está poniendo a prueba cada casa, cada cuadra, cada barrio, cada ciudad, cada nación de la Tierra. Según el índice de The Economist, hoy en día hay más regímenes autoritarios que democracias: 93 versus 73. Según el estudio de la Fundación Bertelsmann, esas democracias han sobrevivido a duras penas al siglo XXI. Y según La Nación, que recoge las dos investigaciones en un informe especial, la mitad de la humanidad está presidida por líderes de más de 70 años, y entonces cabe esperar dos clases de gobiernos: los nostálgicos que reivindican los valores democráticos y los rencorosos que se extravían en ajustes de cuentas.

Cabe esperar gobiernos nostálgicos, lentos, que crean en la meta de la paz, en la diplomacia que lleva del horror al suspenso, en la Carta de las Naciones Unidas, en el Estado de Derecho, en la libertad de expresión, en el empeño de equilibrar todas las suertes de las sociedades, en la búsqueda de la igualdad entre los géneros y en el respeto por las convicciones de los rivales, porque sus líderes nacieron en la posguerra de la bomba atómica, crecieron en la zozobra de la Guerra Fría, supieron de las almas quebradas por las torturas, vieron a Martin Luther King defender la noviolencia, fueron testigos de las pesadillas en Corea, en Vietnam, en Oriente Próximo, y se sintieron superados por los terrorismos, y saben qué clase de agonía se vive fuera de la democracia, y tienen claro que gobernar es reivindicar para la reconciliación.

El lío es mundial, sí, de hemisferio a hemisferio hay presidentes endiosados e inescrupulosos que parecen castigos.

Cabe esperar también gobiernos rencorosos e impacientes e inclementes que apuestan a resolver el siglo XXI con la ferocidad del siglo XX y que se pierden en la misión de vengar la barbarie que se cometió contra su gente entre la gente. Cabe esperar los desquites anacrónicos, a costa de los pueblos, de Maduro, de Putin, de Ortega, de Netanyahu, de Trump. Repito: puede darse la elección de viejos conocidos que se porten con la gracia de los profesionales, defiendan el republicanismo e insistan en la decencia como programa de gobierno, pero también el ascenso de sociópatas carismáticos que juren restaurar el sangriento mundo en blanco y negro de los padres de sus padres. Uno cree que la democracia avanza, pero la ONU acaba de decir que, por ejemplo, al paso que vamos la igualdad de género va a tomar 300 años más.

El lío es mundial, sí, de hemisferio a hemisferio hay presidentes endiosados e inescrupulosos que parecen castigos: “Cuatro años más de esto y nos volveremos un país autoritario”, dijo el magistral Paul Auster, que descansa en paz, pero está atento, cuando reunió a los escritores para derrotar a Trump. El gobierno de Colombia resume bien el pulso porque es un vaivén de la reivindicación de los valores democráticos al extravío en los ajustes de cuentas: un gobierno y una marcha contra la oposición, una oportunidad con puntos suspensivos. Unos días antes de la segunda vuelta de 2018, un amigo de izquierda me dijo: “Adiós paz si sube Duque”. Unos días antes de la segunda vuelta de 2022, un amigo conservador me vaticinó: “Pobre reconciliación si llega Petro”. Las dos veces sentí que exageraban, que tiritaban de ansiedad. Que era imposible que no hubiéramos aprendido nada de tanta violencia. Que tendríamos que estar de acuerdo, al menos, en no jugar a los dados con las vidas ajenas. Las dos veces pensé que primaría, por poco, la cordura, y sé que faltan 28 meses de esta presidencia, pero menos mal que no aposté.

www.ricardosilvaromero.com

Publicado en El Tiempo el 3 de mayo de 2024.

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